Quedando bien

El jueves pasado, cual Saulo caído de lomos de su brioso corcel (como no dispongo de uno, dejen el caballo en el símil y entiendan bicicleta), tuve una epifanía. Verán que, a mi lado, Pepe Viyuela es un aficionado, sólo me faltó decir lo de "joé, macho". Como era "tarde" y tenía que mandar una carta urgente, en la pequeña oficina de correos al lado de mi casa me indicaron muy amablemente, como de costumbre, que, por favor, acudiera a la oficina central, que se halla un poco más lejos, donde tuve que lidiar con un empleado incompetente.

Acabados los trámites, salí del edificio y encontré a mi briosa bicicleta de paseo flanqueada por otras dos, con sendas bolsas de aspecto pesado en la cesta delantera (es Japón, en españa sería impensable). Mientras que la que descansaba a la izquierda lo hacía sobre un soporte triangular, de horquilla, bajo la rueda trasera, la de la derecha era de pata plegable. Confiando en el buen juicio de mis compañeros ciclistas me dispuse a sacar la bicicleta desde la izquierda, cuando comprobé con horror que el propietario de la de la derecha, para evitar que se venciera por el peso de su bolsa, echándole una buena reación de morro la había dejado apoyada en la rueda delantera de la mía.

Para evitar que se cayera, rápidamente la sujeté con la mano derecha, y aunque conseguí evitar el desastre momentáneamente acabé en una posición comprometida. Si soltaba la bici ajena, se caía; igualmente si soltaba la mía; si sacaba mi bici, se caía la otra; si la volvía a meter, también. En buena hora decidió la gente dejar de pasar por delante de correos, pero la cosa era de ese modo. Reuniendo ingenio y maña (soy de Zaragoza) conseguí dejar la bicicleta de la bolsa en una posición de equilibrio tan sólo con la mano derecha (tiene mérito, soy ambizurdo). Sin embargo, la dificultad de la tarea me hizo perder el elquilibrio y comprobé con la espalda la dureza del suelo de Japón (igual que el de España, oigan). Mi fiel bici no quiso abandonarme en mi desgracia y se precipitó hacia mis brazos, golpeándome la pierna izquierda y dejándo prueba feaciente que todavía duele de que yacimos juntos. Mas el manillar se enganchó en la rueda de la bici de la izquierda y cayeron juntas con un estrepitoso ¡BLAM!

No quedó ahí el asunto, ya que en ese preciso momento se abrían las puertas de Correos y ¿adivinan quién salió? Exacto, la dueña de la bicicleta accidentada que contempló el desolador espectáculo de verme gemir (nada sexual) bajo mi vehículo (que supongo le daría más o menos igual) agravado por la imagen de su bicicleta inocente larga en el suelo. Comprendan que, en mi situación, era imposible contarle toda la historia, algo con extraterrestres hubiera resultado más creíble... así que, viendo que todo estaba más o menos en orden (permítanme el eufemismo), me disculpé y me marché renqueando, con el rabo entre las piernas y el (poco) orgullo (que tengo) más lastimado que mi sangrante heridabajo una mirada de estupefacción de la señora. Esa noche, seguro que la ultraderecha ganó una nueva votante.

Eso sí, la bicicleta de la derecha salió indemne. Hay que joderse.

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