El efecto acordeón

Que alguien llame a José Antonio Maldonado, a Paco Montesdeoca, a Mario Picazo o, mejor, a Minerva Piquero, porque el tiempo meteorológico hace de las suyas. Mientras al otro lado de Japón padecen una ola de frío y nevadas que ríete tú de Noeli, en Tokio "disfrutábamos" de un frío invierno de lo más tradicional, pero sospecho que Zeus (y espero que Minerva no) tiene algo en mi contra. Ya no lo digo por ayer, que planeamos comer un bocadillo en el parque a la salida del trabajo, y amaneció nublado de repente y con una temperatura que le helaría el tuétano de los huesos a Hefestos; al fin y al cabo, esas cosas pasan. Me refiero al efecto acordeón: mucho más efectivo que cualquier rogativa, no falla, el 90% de los días que me toca sacar el acordeón de casa, llueve. Hoy, parecía un tifón, tanto que he llegado a casa hecho sopita de Micko. Y no crean conocer, de entrada, el motivo de los aguaceros los que me han escuchado tocar, porque ocurre desde mucho antes de que desenfunde. A lo que yo me pregunto, ¿con qué frecuencia tienen que darse juntos dos fenómenos para dejar de hablar concomitancia y hacerlo de causalidad? ¿Soy, como dirían los japoneses, un hombre de lluvia? Siendo así, si en su campo no llueve ni a tiros (de sal), o quiere aguarle (doblemente) la fiesta a su peor enemigo, estoy dispuesto a escuchar las mejores ofertas.

Mañana, afirman, subiran las temperaturas, pero... ¿cuánto tiempo podré resistir la llamada de Apolo? Y ¿cuánto deberé esperar la de Minerva?

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