Terrorismo social

Ayer tuve que tocar Chansón francesa en un restaurante español de Akasaka (La colina roja), como siempre acompañando a Pascal Venturelli, un cantante francés afincado en Japón desde hace años. Además de una rica cena semiespañola, pudimos conversar de lo divino y lo humano, lo habitual.
Ya les comenté alguna vez las peculiaridades de los japoneses para con los extranjeros, que parecen profesores de guardería. Sin embargo, él ha pasado a la ofensiva. Para hacerles pensar, según dice. Y es que cada vez que ve a alguien (fuera de los sitios de trabajo) usando un cuchillo y un tenedor, se acerca y le dice "Qué hábil es usted utilizando los cubiertos", o en el caso de que algún japonés le de por decir "bon jour", "merci" o alguna palabra por el estilo, responde "Qué bien habla usted francés". Si en vez de cantante fuera farmacéutico, podría decirse que les da una dosis de su misma medicina; y si fuera comerciante, les pagaría con su misma moneda (en cuyo caso, no obtendría ningún beneficio ni el vendedor, ni el comprador).
Por otro lado, aunque los japoneses son muy amables y respetuosos en general, hay ciertos detalles hacia el extranjero que son ciertamente sorprendentes. En mi cárné de residente, la palabra inglesa que emplean para denominarnos es "alien", y no extranjero. También he oido hablar de una española, a la que cuando le llaman (ya les comenté lo dificil que es llamar a alguien con un sustantivo) "señora extranjera", responde con un "señor/a japonés/a".
Tampoco puedo dejar de comentar lo acaecido en uno de los trenes que cogí ayer. Tuve la suerte de poderme sentar, algo que se agradece. No es que el tren fuese abarrotado, pero sí lo suficiente para que encontrar un asiento no fuera algo demasiado fácil. A mi derecha tenía a una chica (del tan criticado sector, que a mí me fascina, que aprovecha para maquillarse en el tren); a mi izquierda un asiento vacío, y a su lado una señora de unos 50 años.
Algunas personas prefieren, ciertamente, quedarse de pie por un motivo u otro; pero me llamó la atención que, en cuanto se levantó la señora madura, otra mujer que llevaba un rato de pie en el tren corrió rauda y veloz, cual alma que lleva el diablo, a ocupar su asiento vacante. Por supuesto, guardando uno vacío de separación conmigo. A mí es que me da la risa cuando presencio cosas tan absurdas. La próxima vez me desplazaré un asiento a la izquierda a ver si se vuelve a levantar (me refiero a la señora, que a mí no me excitan los trenes; al menos los urbanos).

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